CARTEL MOVIL

En este enlace ( en construcción) se subirá material relacionado con teoria monetaria Click Aqui

viernes, 1 de septiembre de 2023

jueves, 30 de marzo de 2023

EL EVOCADOR PODER DEL LENGUAJE

El evocador poder del lenguaje "Nadie puede sustraerse a la creencia en el poder mágico de las palabras (Octavio Paz)"


Autor: Juan Ignacio Espel. -- El vuelo de la lechuza


La palabra salva, destruye, evangeliza, condena, tienta, seduce. La palabra es oración y epifanía, magia y hechizo, operación alquímica. La palabra es, sobre todo, creación. «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». Carl G. Jung comenta:

Palabra y espíritu son casi lo mismo; la palabra es simplemente la emanación del espíritu, su visibilidad o audibilidad. Si Dios emana espíritu, será en la forma de la palabra, del espíritu creador. Por ejemplo, Ptah, el dios egipcio creativo, es una palabra creativa; se genera hablando: habla y lo que dice, es.

El célebre psicoanalista, que dedicó años y páginas al estudio de la cultura oriental, dice sobre el mantra:

El mantra es la palabra que supuestamente abría la puerta mágica y es usada para producir efectos mágicos. Es una parte de la antigua memoria. Una vez fue el rostro de Dios y para las personas en las que está aún vivo un poco del viejo espíritu, puede producir efectos mágicos, pero para nosotros no significa nada. Es una palabra. 

Los japoneses tienen un término para este concepto: Kotodama, la creencia de que el lenguaje encierra un poder místico. Puede ser traducido como «alma del lenguaje», «espíritu del lenguaje», «poder del lenguaje», «palabra mágica» y «sonido sagrado». Es decir, los sonidos pueden influir mágicamente en la materia (una forma de animismo), y el uso ritual de las palabras puede afectar nuestro entorno: cuerpo, mente y alma. La palabra moldea la realidad. Toda vida termina por ser una narrativa más o menos definida, más o menos tangible, de una sucesión de estados intransferibles y en definitiva indecibles. 

La poesía es acción, es un ente transformador. «Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza… La poesía revela este mundo; crea otro», al decir de Octavio Paz. A través de la palabra, Dios y los poetas crean. El poeta es, sin lugar a dudas, un ser particular; un elegido y un crucificado. De su pluma brota vida, es la fuente primigenia de mitos y religiones, lega a los mortales la eternidad.

Este poder sagrado mora implícito en la etimología de la misma palabra «poesía»: derivada del latín poēsis, que a su vez viene del griego ποίησις (poíesis), que significa «hacer» o «materializar». Pensemos en la palabra inglesa spell, con dos significados divergentes pero la misma raíz etimológica. Proviene del germánico spellian, que significa «contar» o «relatar». Pero también la usamos para hablar de un «encantamiento» o «hechizo» (to put under a spell o to cast a spell). Esto en tanto elocuente. Como verbo, to spell significa escribir o, más precisamente, deletrear.  

Apuleyo se preguntaba: «An ideo magus, quia poeta?» ¿Es el poeta un hechicero? Y, si lo es, ¿dónde reside el poder de su magia? En las palabras. Son curiosas las palabras. ¿Por qué no es lo mismo decir «Todo estará bien» que decir «All shall be well, and all shall be well, and all manner of thing shall be well»? ¿Qué tiene de especial la expresión «A rose is a rose is a rose»? Gertrude Stein lo confiesa:

No soy una demente. Sé que no vamos por la vida diciendo «Es una… es una… es una…» Lo sé, no soy idiota; pero creo que en ese verso la rosa es roja por primera vez en cien años de poesía inglesa.

¿Qué vuelve, por primera vez en cien años, roja a la rosa? ¿Es la misma rosa a la que canta Silesius, que florece sin porqué? «Florece porque florece», dice el místico. A lo que Octavio Paz agrega: «El ¿para qué? es una pregunta que la magia no se hace y que no puede contestar sin transformarse en otra cosa: religión, filosofía, filantropía». La poesía existe por y para sí misma, florece porque florece. Existe porque el poeta existe. Responder aquellas preguntas implicaría revelar la esencia de la poesía. Pero el poema —y el poeta— es la esfinge.   

Yeats presupone un origen mágico del arte poético:

¿Acaso la poesía y la música no nacieron, según parece, de los sonidos que los encantadores producían para ayudar a la imaginación en la tarea de encantar, hechizar, o de ligarse con un sortilegio a los que pasaban cerca? Estos vocablos — encantar, hechizar, sortilegio — que constituyen los máximos elogios que se puede hacer de la música o de la poesía, siguen denunciando a gritos su origen. De la misma manera que el músico o el poeta encantan, hechizan, ligan con un sortilegio su propia mente cuando quieren encantar la de los demás, el encantador descubría —a sí mismo y a los otros— al artista o genio sobrenatural, a la mente, en apariencia, transitoria, formada por la confluencia de muchas mentes.  

El lenguaje es un río silencioso, de verdades ocultas. Callamos, decía sor Juana Inés de la Cruz, no porque no tengamos nada que decir, sino por la imposibilidad de decir aquello que quisiéramos decir. La poesía es ese conocimiento secreto. Un ejercicio lúdico y sagrado, pero además una necesidad, como confiesa John McGahern:

Escribo porque necesito escribir. Escribo para ver. A través de las palabras veo… Comprendí que aunque parecía estar jugando con las palabras, en realidad estaba jugando con mi propia vida. Y las palabras, para mí, siempre han sido presencias además de significados. A través de las palabras podía experimentar mi propia vida con más realidad que la vida ordinaria […]. Casi toda la buena escritura, y toda la gran escritura, tiene una cualidad espiritual que podemos reconocer pero nunca definir del todo… Llámelo fragancia moral o estilo o esa palabra más antigua y sanadora: magia.

Borges, excelso poeta y ensayista, se pliega a la visión del arte poético en tanto ritual mágico:

Un volumen de versos no es otra cosa que una sucesión de ejercicios mágicos. El modesto hechicero hace lo que puede con sus modestos medios. Una connotación desdichada, un acento erróneo, un matiz, pueden quebrar el conjunto. Whitehead ha denunciado la falacia del diccionario perfecto: suponer que para cada cosa hay una palabra. Trabajamos a tientas. El universo es fluido y cambiante; el lenguaje, rígido.

Y ponderaba la importancia de encontrar las palabras justas:

Esas palabras exactas son las que producen la emoción. Yo siempre recuerdo aquellos magníficos versos de Emily Dickinson, que podemos utilizar para ilustrar lo expresado. Ella escribe en un poema: «Este tranquilo polvo fue señores y señoras». Aquí la idea es trivial. La idea de este polvo, polvo de muertos (todos seremos polvo algún día), es un lugar común, pero lo inesperado de todo es el «señores y señoras», que es lo que hace que eso sea mágico, poético. Si ella hubiera escrito «hombres y mujeres», no hubiera sido poético, sería algo común. Pero ella escribió: «Este tranquilo polvo fue señores y señoras» y encontró las palabras justas.

Entonces ¿cómo alcanza el poeta la palabra justa? Y ¿cómo esa palabra manifiesta su poder? La palabra justa es la palabra creadora, que rescata un símbolo particular del inconsciente colectivo, de la «gran memoria» de la que hablaba Yeats. Este instrumento es la metáfora. Isidore Ducasse, conde de Lautréamont, dice al respecto:

… esta figura retórica presta muchos más servicios a las aspiraciones humanas hacia el infinito de lo que ordinariamente puedan figurarse aquellos que están imbuidos de prejuicios o de ideas falsas, lo que es una misma cosa.

La metáfora es símbolo, y el símbolo conduce siempre más allá, a la trascendencia, a la realidad última. La analogía crea, y al crear, transporta. Gómez Dávila señala que la metáfora «supone un universo donde cada objeto contiene misteriosamente a los demás». 

En El arco y la lira (FCE, México, 1979), Octavio Paz dedica varias páginas a la relación entre magia y poesía, al poder de las palabras y de la metáfora, y al misterio que oculta el corazón del poeta:

Nadie puede sustraerse a la creencia en el poder mágico de las palabras […]. La fe en el poder de las palabras es una reminiscencia de nuestras creencias más antiguas: la naturaleza está animada; cada objeto posee una vida propia; las palabras, que son los dobles del mundo objetivo, también están animadas. El lenguaje, como el universo, es un mundo de llamadas y respuestas; flujo y reflujo, unión y separación, inspiración y espiración. Unas palabras se atraen, otras se repelen y todas se corresponden […]. Las palabras llegan y se juntan sin que nadie las llame; y estas reuniones y separaciones no son hijas del puro azar: un orden rige las afinidades y las repulsiones […]. Las palabras se juntan y separan atendiendo a ciertos principios rítmicos […]. El dinamismo del lenguaje lleva al poeta a crear su universo verbal utilizando las mismas fuerzas de atracción y repulsión. El poeta crea por analogía… La operación poética no es diversa del conjuro, el hechizo y los otros procedimientos de la magia. Y la actitud del poeta es muy semejante a la del mago, los dos utilizan el principio de la analogía… magos y poetas, a diferencia de filósofos, técnicos y sabios, extraen sus poderes de sí mismos […]. Toda operación mágica requiere una fuerza interior, lograda a través de un penoso esfuerzo de purificación. Las fuentes del poder mágico son dobles: las fórmulas y demás métodos de encantamiento, y la fuerza psíquica del encantador, su afinación espiritual que le permite acordar su ritmo con el del cosmos. Lo mismo ocurre con el poeta. El lenguaje del poema está en él y sólo a él se le revela. La revelación poética implica una búsqueda interior. 

Chantal Maillard, poeta y filósofa, afirma en La creación por la metáfora, introducción a la razón-poética:

Los poetas son los que fundan lo que permanece; la poesía es fundamento del ser por la palabra… Nombrar no consiste en dar nombre a algo ya conocido, sino en abrir una perspectiva antes no habida por el simple hecho de no haber sido vista. Nombrar poéticamente es crear por la palabra, dar existencia, esto es, sacar del ser oculto y misterioso, innombrado, al ente: lo visible […]. La palabra poética, hurgando en las profundidades del sueño, puede desentrañar relaciones que al tomar cuerpo —o imagen— darán al hombre la medida de su ser-creciendo en cada instante de ese «tiempo desgarrado» que es el suyo. Al poeta le corresponde abrir, desentrañar aquel fondo de donde surge el ser: el lugar de lo sagrado. Por ello afirma Heidegger que el poeta habita cerca del origen. Los poetas señalan la apertura, ‘consagran el suelo’, abren en la tierra el lugar común de lo sagrado, esto es, permiten la extrañeza y el asombro ante lo inexistente; y, por ello, su penetración: su acceso al ser. Es así como cumple la palabra su esencial propiedad, la de «ser como el agua donde la realidad es como piedra».   

El crítico y filólogo Albert Béguin suscribe a la interpretación de Maillard:

La poesía es representación del alma, del mundo interior en su totalidad. El sentido poético tiene muchos puntos en común con el sentido místico […]. Representa lo irrepresentable. Ve lo invisible, siente lo insensible […]. El poeta es literalmente insensato; todo ocurre dentro de él. Es, al pie de la letra, sujeto y objeto a la vez, alma y universo. De ahí el carácter infinito, eterno, de un buen poema.  

La fibra poética no está en la razón, sino en la percepción y la intuición, es decir, en la videncia. No es un talento o habilidad adquirido por el estudio o la práctica, es un instinto y una necesidad. La fibra poética es pulsión. Jung propone cuatro vías de conocimiento psíquicas: pensar, sentir, percibir e intuir (racionales las dos primeras, irracionales las segundas). En el inconsciente colectivo, que todo lo contiene, se encuentra la fuente primigenia del poeta. Llega a ella gracias al estrecho contacto entre su conciencia y su inconsciente, que le permite rescatar imágenes y estructuras perennes y olvidadas.

Borges, siguiendo la doctrina platónica, que sostiene que inventar o descubrir es en realidad recordar, dice que, al escribir, sospecha que ese algo que escribe ya preexistía.

Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas. 

En Notas sobre poesía (Ediciones La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2013), el poeta argentino Santiago Espel apunta:

Podría resumir y arriesgar diciendo que un poema es en gran medida el hallazgo de un tono, acompañado por las palabras. Ese tono y esas palabras son puro misterio, porque la poesía es, esencialmente, misterio. Tanto para el que lee como para el que escribe. Ahora, ¿cómo organizar ese misterio, siendo que no hay más normas que las que requiere la escritura de cada verso, de cada poema? La única manera que he encontrado para organizar ese misterio, es la intuición. Yo confío plenamente en la intuición como fundamento para escribir un poema. La intuición, sin saber cómo, organiza el poema, reconoce el tono adecuado, corrige cualquier desliz.

Escribir, dice Espel, es «parte de un trance súbito», momento en que el poema se manifiesta y debe ser escrito. Define la experiencia como «lucidez intuitiva». «Además de esa lucidez intuitiva que resuelve sobre los aspectos organizativos del poema —señala Espel—, el poeta cuenta con el instinto. Sólo él sabe dónde hay un poema oculto. Sólo él distingue entre una pieza auténtica y una falsificada. Está en su alerta, en sus sentidos, en su percepción inconsciente el desenterrarlo y hacerlo materia».

En último término, es un destino poético devenir poesía: «Buscar la palabra de la cosa que aún no fue nombrada por el hombre. No tener la palabra, ni tener la cosa. Llegar a ser la cosa y llegar a ser la palabra. De eso se trata la poesía». Al decir esto, Espel concuerda con Octavio Paz: «Todo poeta es por un instante —el instante de la creación— su poema».    

Dentro de ese sistema de correspondencias único que funda el poeta, lo visible se relaciona con lo invisible, lo audible con lo inaudible, lo sensible con lo insensible. Y lo pensable con lo impensable. En su tierra lo impermanente es eterno; lo finito, infinito. El poeta adquiere nuevos sentidos. «El verdadero poeta es omnisciente: un cosmos en miniatura», afirmaba Novalis. Para el alemán, la poesía es lo real absoluto. Este es el núcleo de su filosofía. Las palabras del poeta no son signos genéricos, sino «conjuros» o «encantamientos»:

Son tonos, palabras mágicas que ponen en movimiento grupos encantadores a su alrededor. Así como las ropas de los santos conservan un poder milagroso, muchas palabras devinieron sagradas. El lenguaje nunca es demasiado pobre para el poeta, aunque sí demasiado mundano. A menudo debe emplear palabras gastadas, que se han vuelto repetitivas. Su mundo es sencillo, como su instrumento, pero inagotable en melodías.

El lenguaje es sortilegio, como la ciencia y la poesía, y esta trinidad debe elevar al ser humano por encima de sí mismo. Cuando se reconcilie con la Naturaleza esencial, podrá transformar el mundo. «Con la poesía logra despertarse la suprema simpatía y colaboración, la íntima unión de lo finito y lo infinito», concluye Novalis.    

El poeta es un vidente. Es oráculo, intermediario, hechicero; la vasija espiritual de la humanidad. A través del símbolo funde la totalidad de los reinos. Las palabras construyen puentes hacia regiones inexploradas. En el libro del Génesis encontramos la «escalera de Job», reservada a los ángeles («ángel», etimológicamente, significa «mensajero» o «mediador»). El chamán utiliza el axis mundi al viajar entre los tres mundos. Para los nórdicos, el árbol Yggdrasil también expresa un punto de conexión entre el cielo y la tierra. El poeta es un elegido, y su destino es único y solitario.  

Vate, nombre latino dado al poeta, quiere decir vidente, vaticinador, profeta. Opinión fomentada por Rimbaud:

Yo digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos… Inefable tortura en la que necesita de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, por la que se convierte en el enfermo grave, el gran criminal, el gran maldito —¡y el supremo sabio! ¡Porque alcanza lo desconocido! […] Alcanza lo desconocido, y aunque enloquecido, acabará perdiendo la inteligencia de sus visiones […]. Que reviente saltando hacia cosas inauditas o innombrables: ya vendrán otros horribles trabajadores.  

Por supuesto, una existencia poética no está exenta de la tragedia (pensemos en Orfeo). Ser poeta es una gracia divina, pero rara vez trae consigo el provecho personal. El poder que consagra al individuo es mayor que él, es el todo sobre las partes. Y puede ser terrible. Puede conducir a la locura, al ostracismo, incluso a la muerte. La palabra es traicionera y aplasta. Es oasis y arena movediza, enaltece y tritura. La palabra es el Verbo, pero es la serpiente en el Edén. Es el abismo insondable que devoró a sus apóstoles: Rimbaud, Nerval, Artaud, Von Kleist, Trakl, PlathAlejandra Pizarnik anheló la salvación in extremis: «Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar». Finalmente, el vacío también la reclamó.

Concluyo este artículo citando al poeta uruguayo Ricardo Paseyro:

Los poetas de hoy devuelven la poesía a su destino, ambicionan vivirla y emplearla como instrumento del conocimiento. De ahí el perpetuo y evasivo contacto que establecen entre ella y la magia, la mística, la música, la metafísica. La poesía se propone lo que la sola razón no puede abarcar o explicar, es un complejo de intuición, sensibilidad, lucidez mental, transformadas en una unidad superior, infinitamente más grande que su simple alianza o suma. La poesía desborda la razón sin abolirla… La poesía abre una puerta hacia lo inefable, y desnudando y penetrando las cosas nos despierta a la visión de lo oculto, de lo recóndito, de lo elemental tenebroso. El hombre, esclavo de lo aparente, quiere desengañarse, romper la corteza de la existencia exterior. La poesía puede ser ese instrumento del conocimiento inmediato, fulgurante, fugitivo, revelador de lo esencial y permanente… Imprevisible y único, último porque no puede continuarse, porque se agota en sí mismo y tiene en sí mismo su principio, su fin y su sentido, cada poema rehace y recrea toda la poesía, toda la experiencia poética. Infinitamente repetido, el acto poético de conocer es siempre otro: sus resultados no se aprenden, no son acumulables, no van «en progreso»: el poeta parte de cero cada vez que poetiza. El acto de hacer poesía necesita y convoca todas las facultades del espíritu, siempre reconstituidas. Por lo tanto, la poesía es un instrumento de conocimiento personal, solitario, arbitrario y completo… Nadie descubrirá nunca el mecanismo que alumbra los poemas: él pertenece al misterio interior del poeta, individualiza su genio personal. Pero ser poeta implica el privilegio de convertir, por la poesía, el manido vocablo en una clave potencial del conocimiento. Hacer poesía significa conocer, nombrar por su nombre verdadero. Existe un lenguaje verdadero, representación sonora exacta del modo como el Verbo originó las formas del Universo. La poesía es la palabra exacta, la palabra en que se alberga la esencia de la cosa nombrada, es ésta misma; cuando se encarna con lo nombrado, la palabra se electriza, es poesía, conocimiento. 

lunes, 27 de febrero de 2023

CULTURAL



                                        NUESTRO MAR ESTARÁ EN CALMA

                                  




“ Nous regardons la vie
á travers le méme miroir”

                     Pecas, in memoriam


TRES ESPEJOS

Primer espejo:

Desde ese momento, sentí tu sello en mi corazón
empecé a colorear el cielo, la vida misma, con la acuarela de tus ojos.
Cual Prometeo, me robé el fuego de tu vida…con el que aún alumbro esta tristeza de ahora.. el fuego de tu cuerpo fue mi arjé, mi primer elemento.
La higuera ha dado sus verdes frutos,
y las vides en cierne han esparcido su fragancias
Perfumes para este tiempo… Dime algo…oh! amada
mía, hermosa mía, ven a buscarme.
estoy listo para el viaje y ligero de equipaje.

Segundo espejo.

Me he asomado al muro que separa nuestros mundos.
El tuyo de silencios…el mío de dolor
El viento sopla suave y mi espera se desvela.
Mis pensamientos los ocupas tu y en mi todo se recrean.
He mantenido tu alegría, como risas vacilantes iguales a la llama de una vela…
y aquel de nosotros, todo me queda.

Tercer espejo.

Vacío…no somos….por cuál camino te fuistes aquella tarde gris de indiferencia
Las hojas de nuestra historia, alguien las quemó
Por eso me robaré el fuego y romperé este espejo
donde yo mismo no me veo.

Mat; 27/02/23